sábado, 25 de diciembre de 2010

Natalie Portman en mejor película del año

Black Swan, el nuevo filme de Darren Aronofsky trata sobre sobre la sicosis como resultado de la búsqueda de la perfección.



Hay películas que se quedan en la mente después de verlas. Imágenes, sonidos y partituras recurrentes que por días no nos abandonan. Para bien o para mal, Black Swan, el nuevo filme de Darren Aronofsky, el maniático director de Requiem For A Dream, es como una pesadilla difícil de olvidar.
Ese en sí es un gran logro. Sobre todo cuando la premisa de la cinta nos es revelada en los primeros tres minutos y cuando no es tampoco del todo novedosa: Nina, una neurótica y tímida bailarina, sueña con ser la elegida para interpretar a Odette y Odile, el cisne blanco y negro, respectivamente, en la siguiente puesta en escena de El Lago de los Cisnes del ballet en el Lincoln Center de Nueva York, y en su intento por intepretar la dualidad del bien y el mal, comienza a desvariar.
Black Swan no es una película sobre el ballet ni el mundo oscuro detrás de escenas que las bailarinas viven día a día. Ese es solo el contexto. En realidad estamos frente a un thriller sobre la fragmentación de la sique humana ante la presión externa y la búsqueda de la perfección.
Verán, Nina es una infantil e ingenua bailarina –prácticamente virginal– que es un manojo de nervios, insegura, tímida, sobreprotegida por el monstruo que es su mamá (Barbara Hershey), amenezada de ser destituida por su némesis y también fantasía lésbica (una fenomenal Mila Kunis), y retada constantemente por un estricto director de ballet (Vincent Cassel).
Nina puede encarnar fácilmente al cisne blanco del ballet de Tchaikovsky, pero no tiene ni un gramo de fuerza, maldad o presencia para encarnar al cisne negro. No sabe seducir. No sabe qué es el erotismo. Y es en esta búsqueda por sacar adelante este personaje que Nina comienza a vivir una dualidad en la vida real: el lado oscuro dentro de ella empieza a despertar... pero ¿hasta qué grado se apoderará de ella? Nina se vuelve paranoica, histérica, acomplejada, comienza a tener visiones tenebrosas, a escuchar ruidos... ¿o en realidad está alucinando?
Aronofsky descaradamente retoma ideas de películas como Repulsion, de Roman Polanski; Persona, de Ingmar Bergman; y Carrie, de Brian de Palma, en las que sus personajes centrales sufrían de sicosis y cuya realidad se entrelaza con la imaginación hasta el grado en el que no se puede discernir qué es real y qué no lo es. Por si fuera poco, el director adereza la historia con recursos del clásico cine de horror que hemos visto en el cine de David Cronenberg e incluso el sangriento Dario Argento.
Sí, porque en realidad Black Swan también es un filme de horror repleto de gore. Nina se automutila, se arranca la piel, se rompe las uñas, sangra, sus ojos se llenan de derrames, y de su espalda parecen estar naciendo... ¿plumas de ganso?
Quizá es irónico que un filme con tantas influencias y cuya premisa ya ha sido vista en varias cintas se sienta tan fresco y emocione tanto hasta nombrarlo como el mayor logro cinematográfico del año. Pero la realidad es que nunca nos lo habían presentado de esta manera: hipnótico, over the top y sobre todo, visual y actoralmente arriesgado.
Y es que a final de cuentas eso es lo que Black Swan representa: un extraordinario logro del director que visualmente hace hasta lo imposible por llevar la historia a su máximo extremo. La cámara fluye con Natalie Portman, hace piruetas, se transforma con la misma intensidad que su personaje central. La edición vertiginosa nos hace ver lo que Nina está viviendo y nos lleva de un mundo a otro sin que nos demos cuenta. La música de Clint Mansell se mezcla in crescendo con la genialidad de Tchaikovsy. La fotografía nos muestra un oscuro y temible Nueva York. Los efectos especiales aderezan las escenas de sangre, de plumas de ganso, de piel de gallina... y así nos la logra poner.
El gran triunfo de Aronofsky y de Portman se condensa en los últimos 10 minutos de la cinta, cuando Nina finalmente se convierte en el cisne negro. Es ahí donde la transformación de la delicada Portman es impresionante: es ahí cuando descubrimos que Aronofsky ha logrado sacar de Portman lo que la misma Nina se autoexige: la perfección.

No hay comentarios: